Rayos y truenos

     Tormenta: relámpagos, lluvia gruesa y lateral, granizo y rachas… (las rachas son en invierno siempre). Dos niños miran el temporal por la ventana desde su acogedor refugio del aula. Me piden ir al baño y según están yendo, retumban dos cañonazos de truenos perdidos. Aterrorizados se vuelven corriendo a clase, donde sus compañeros también estaban paralizados. Y yo un poquito.

     Pensé que el ruido, los gritos y la bronca congelan el cerebro de un niño. Los alumnos piden paz, serenidad y trabajo ameno y tranquilo. Sin discusiones. Y así mientras trabajan felices pueden cantar, hablar, escuchar y conocerse. Alguno que nunca hablaba, se lanza y comenta algo mientras escribe. Y otro se fija en su voz por primera vez. Surge la escucha, el diálogo, la convivencia entre niños muy diversos, el humor relajante. 

     Y desaparece la tensión, la crispación y se educa en libertad, sin rechazo al pluralismo ni a ser distinto. Sueño con que estos alumnos logren en el futuro una sociedad libre y avanzada, en la que nunca tengan miedo a decir lo que piensan. Feliz reflexión.

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Halloween

     Los niños me hablan de varios personajes de terror de las últimas películas. Y de monstruos. Y de cuentos de miedo. Estamos en la fiesta de los muertos y de las calabazas. Halloween. Les divierte realmente. Como cuando ven Coco, de Pixar.  Pues sí.

    Pero luego veo que Google Calendar marca el 2N como el “día de los Muertos” y yo me esperaba “día de difuntos" o algo así. Entonces les pregunto a los niños si saben qué son los difuntos… Ni idea…. ¿Los fallecidos?!….Nada. Bueno, ¿los familiares que …se han ido al Cielo?! Uno me dice que sí, pero que eso no tiene nada que ver con los Muertos. Son otros muertos. 

     Saben lo de ir a pasar miedo a los cementerios de noche, pero no lo de ir de día a poner flores. ¡Pobres defuntiños nuestros, que los dejamos solos como almas en pena a cambio de los Muertos de Halloween! Pero bueno, el caso es que a los niños no les da miedo que les hablemos de ellos. Como mucho preguntarán, como decía uno, quién se queda con el móvil de la abuela, que se va al Cielo y ¡se lo va a llevar! 

 

 

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Mi zona de confort

     Una señora con un balón a la puerta de mi clase que me pregunta si es mío. Imagen insólita. No la identifico como madre de alumno. Vestida normal como cualquier mujer que va a trabajar. Y está mojada por la lluvia. Y el balón es de fútbol. “Pues, perdone… ¿”ese” balón?” Pensé en una representante de material deportivo, pero el balón estaba usado. En una persona que pasaba por la carretera y le han dado un balonazo, pero eran las 9 de la mañana… 

     “Mire, pasaba en coche, vi un balón y pensé que sería del colegio”. O sea que la señora paró el coche, se bajó lloviendo en plena carretera, recogió el "esférico", miro por dónde entrar al colegio, aparcó como pudo, encontró una entrada y localizó a un tipo con cara de profe a la puerta de un aula. “Del hospital de ahí al lado no creo que sea”, me dice. “Ya… pues muchas gracias”. Y me lié con los niños, otro asunto… y desapareció.

     Me quedé todo el día incómodo, como fuera de mi zona de confort. ¿Por qué no le hice la ola a esa mujer o le pedí el nombre para enviarle un ramo de flores? Hizo más por la educación que cualquier político o pacto nacional por la enseñanza, si lo hubiera. Un balón en una clase es una cuestión de prioridad máxima, ante cuya pérdida se activa un protocolo de nivel rojo. Yo no sé si hubiera tenido ese gesto. Y esta señora me ha enseñado a salir de mi zona de confort. De hecho me ha sacado de ella. Y a “mojarse” físicamente por ayudar al vecino y no "a la humanidad". Señora, si está ahí, gracias con muchas !!!!!!!!!!!!! 

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Los consejos de Rosemary Wells

     LUIS DANIEL GONZÁLEZ.- Recordando su carrera como ilustradora, Rosemary Wells contaba cómo un día de 1979, escuchando a su hija Victoria, de cinco años, intentar enseñarle palabras y modales a Marguerite, la pequeña, se le ocurrió transformar eso en un álbum ilustrado. Convirtió a Victoria en Ruby y a Marguerite en Max, y preparó Max’s First Word, un relato de dieciséis páginas. Lo llevó a su editora, Phyllis Fogelman Baker, que, al verlo, le dijo: «esto es una completa innovación. Todos los libros para pequeños tienen una palabra por página y aburridas imágenes de objetos. Incluso un bebé de 18 meses se aburre con un libro aburrido. Pero este es divertido y es una historia real. Vete a casa, escribe tres más, y haremos algo que nadie ha hecho antes en la edición». La ilustradora preparó entonces Max’s Ride, Max’s New Suit, Max’s Toys, y así nacieron los libros para prelectores que hoy conocemos como board books, esos libros pequeños para dedos pequeños, en cartoné para ser resistentes, y con esquinas redondeadas para ser manejados sin peligro.

     En España se publicaron en su momento varios álbumes de esa serie de Max y Ruby, o Julia, o Rosa, según las ediciones, aunque de los muchos libros de Rosemary Wells el más conocido entre nosotros no pertenece a ella sino que es una graciosa historia de celos infantiles: ¡Julieta estate quieta!  Hecha esta introducción para mostrar que la autora puede hablar con autoridad sobre la cuestión, he aquí cómo piensa que deben ser los álbumes ilustrados para niños: dice que, como en los sonetos, en ellos la estructura es crucial y cualquier error de medida se nota; que, como son cortos, los personajes deben «llegarle» al lector en la página uno; que, aunque no tienen por qué ser divertidos, lo cierto es que los mejores lo son; que, como han de poder ser leídos centenares de veces, hay que quitarles cualquier nota de blandura o de histerismo que tengan; que no deben estar basados en personajes televisivos y que, atención, nunca deben ser escritos por un psicólogo…

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A monte

     “Ahí os va”. Es cómo te suelen entregar los padres a sus niños en septiembre en el colegio. “Ahí os lo dejo” dicen claramente algunas mamás. También está el “todo vuestro” de papás sacudiéndose las manos. O el “viene como viene”, o sea, que no les ha dado tiempo a concienciarlo. «Hace tres meses que no se pone zapatos”. Y no faltan sorprendidas mamás porque el niño crece y crece y “me estoy quedando sin niño”.

     Los pequeñitos nuevos y sus padres llegan al cole en estado hipnótico.“No ha dormido”. Más animante, claro, para el profe que el “viene dormido” o “no sé cómo he logrado levantarle”. Pero no tan sincero como “la que no ha dormido he sido yo”. Y ya sin complejos: “se ha pasado el verano sin hacer nada (?) …o sea, de escribir y eso”. “Llega directamente de la aldea con los abuelos… sin horarios”, descargando en este caso la culpa en los benditos abuelos. «Allí hace lo que le da la gana».

     A monte. Así tienen que venir los niños reales al colegio. Y menos mal que están a monte. Es decir, sanos, fuertes. Tostados de más. Agrestes. Con arena en las orejas. Vivos y coleando. Aburridos de helados. Mirando con los ojos. Deseando nuevos escenarios. Digo menos mal porque lo bueno es la vida, no la escuela. Y si el colegio no es vida, es papeleo. Y así es la vuelta al cole sin filtros de instagram. Y así será luego la vuelta a casa: felices y contentos. Eso sí, poco a poco con alguna habilidad más para esa vida de ahí fuera, que cada día tiene más algoritmos.