Mejor colegio mañana y tarde

Tener colegio mañana y tarde es lo mejor para los alumnos, para las familias e incluso para los profesores. Por varias razones.

Las familias necesitan sí o sí conciliar vida laboral y familiar, sin que eso signifique aparcar a los hijos.

Los niños necesitan tiempo de escuela, de convivencia y socialización.

Las tardes con clase hace que se reduzcan las tediosas tareas o deberes.

Las extraescolares se convertirían en escolares y se enriquecería el currículo real.

Se reduciría mucho el tiempo vacío de los niños dedicado a las pantallas y móviles.

La larga pausa del mediodía relaja la tensión del horario que se liquida las 13 asignaturas de algún curso en una mañanita.

El comedor es una oportunidad de educación.

La tarde no es “hasta la noche”, si no media tarde.

Algunos niños necesitan estar en la escuela porque la calle e incluso el ámbito familiar es problemático. Existen ya en nuestro país centros públicos «de alta complejidad» que imparten más horas que las oficiales con el único fin de evitar esos peligros.

Esa solución es cara ya que requiere más profesorado. Sin embargo, se está iniciando en España porque mejora los resultados educativos, familiares y sociales. La disminución de alumnado por la baja natalidad brinda la oportunidad de aumentar la ratio del profesorado y crear un colegio mejor.

La tranquilidad de la educación serena, con módulos largos y lentos, compensa el aumento de dedicación. Tan solo faltaría que los padres apoyaran a los profesores y no permitan a sus hijos llevar el móvil a clase. Sería el  segundo factor de paz en las aulas.

España podría volver a generalizar la jornada de mañana y tarde como casi toda Europa. Así lo recomienda la OCDE y PISA y a ella están regresando los que faltaban, Dinamarca y Portugal, con mejores resultados.

Foto de Jeffrey F Lin en Unsplash

Los seres vivos «se reproducen y mueren»

La madre de Bambi no se muere. La muerte, que es algo natural, como el sexo, ahora es un tabú. Del sexo y del género hay que hablar en las aulas de los pequeños alumnos de un modo exagerado, pero de la muerte no.

Aumenta la violencia, el suicidio juvenil, la pornografía y el acoso sexual a extremos que hacen declarar a los niños que son más felices solos que acompañados. Pero se ha cancelado hablar de la muerte. Bambi va a cambiar el guión para que nadie muera al final. Los antiguos no hacían sacrificios a los dioses. Jesús no murió en la cruz ni Herodes mató a nadie. No nos hacemos daño y somos siempre buenos.

Los mayores hemos decidido que a los niños les asusta la muerte y no la comprenden. Lo que se contradice con el alumno que, habiendo fallecido la abuela, miraba tranquilo y curioso el ataúd en el tanatorio. Su interés era si la abuela se llevaba el móvil.

Un juez americano castigó a un cazador furtivo a ver Bambi para reeducarse. Porque la muerte de alguien querido o de un ser inocente es una tragedia que educa. 

La sociedad “diseñada”, falsa y virtual, pretende presentar un mundo sin tragedias ni muertes, ni cruces, sin cementerios ni ataúdes. Como mucho cenizas en el mar.

No es que a los niños haya que hablarles constantemente de la muerte, aunque sea lo único seguro que se van a encontrar en esta vida. Ni que que haya que ponerse tan insistentes y transversales como con el género y el sexo desde la guardería. Pero no se debe “cancelar” ni ocultar el final. Se les debe explicar y adentrar en la tragedia humana, no solo en la comedia. 

No está mal que los niños aprendan que los seres vivos “nacen, crecen, se reproducen y mueren” (y ya no son vivos). Que el hombre sobrevive entonces con felicidad, si hace el bien y evita el mal. Que así alcanzará un cielo no prometido por el gobierno, ni por un imán, sino por el anhelo y la religión.

Felix Salten, el autor judío de la novela de Bambi sostenía incluso que «el animal vive muy pegado a la naturaleza o a Dios, sin saber nada de ninguno de los dos». Pero, bueno, el niño humano debe saberlo.

Que la religión nos diferencia también del mono y de los primates. Y así, de paso, no ocultamos a los niños temas tabú. Porque a los niños, como dice Les Luthiers, hay que decirles siempre la verdad. Es lo que hay.

Foto de Vincent van Zalinge en Unsplash

Móviles y menores

Me escapé de casa por la noche con doce años para ir al cine. Mis padres cenaban fuera y mi alta estatura juvenil dio el pego en la taquilla. La película -que no era pornográfica- se me quedó grabada por la experiencia vital.  Me dejó huella, así como el disgusto de mis padres.

Me habían dado llaves de casa un poco antes como si fuera un acto ritual. Me habían permitido ir solo a la parada del bus o al kiosco “de revistas” cuando la seguridad era casi absoluta.

Más tarde mi padre me enseñó a conducir antes de tener carné. Me fumé con él mi primer pitillo a los diecisiete y con él me tomé mi primera copa a los dieciocho.

Con amigos había intentado acudir a lugares de mayores, pero nos lo impedían en la entrada. Nos iban abriendo puertas poco a poco, confiando, adelantándose a nuestra libertad, pero protegiendo y corrigiendo nuestros traspiés. Siempre he pensado que la libertad no es abrir puertas sino caminos. Y que inspirar no es dar móviles sino motivos.

Fui libre de joven, mucho, o al menos la sensación que tengo es de haber hecho lo que me daba la gana. Siempre me sabía acompañado, a pesar de no ver la tele por la noche, salvo cuando me escondía debajo de la mesa.

No tuve acceso a demasiados “contenidos o experiencias” ni me comunicaba con desconocidos. Pero tuve mucha experiencia, mucha adolescencia y muchos conocidos.

Ante el debate sobre el abuso sexual infantil on-line, la adicción a la pornografía de los jóvenes o los 32 millones de presuntos casos de explotación a menores que el año pasado se denunciaron en USA, hay que preguntarse quién da el acceso a esos niños, quién tiene la llave de la puerta.

Y la respuesta es fácil: el móvil que les dan los padres. Con eso pueden acceder a todo y a todos. Es más peligroso que conducir una moto o un coche con doce años, irse al cine de noche o comprar alcohol en Primaria.

Los niños no deben acceder a todo. Hoy en día si un niño anda solo por la calle en horario escolar, la policía le para. ¿Y si anda con un móvil un menor en un parque?

Mi abuelo me dijo que un día todo serían helicópteros. Y aparecieron los drones. Fue visionario. Algunos piensan que en el futuro habrá que tener licencia o carné para usar un móvil o para acceder a internet: una mayoría de edad, test psicotécnico, examen teórico, práctico, certificado médico, puntos y renovación periódica.

Soy muy partidario de las nuevas tecnologías, de los móviles, de los coches y de llegar a Marte cuanto antes. Mi padre me levantó para ver la llegada a la Luna del Apolo XIII cuando era pequeño y la vi con él. También me dejó huella. Como la que dejaron los astronautas. Imborrable e inspiradora.

Foto de Tim Gouw en Unsplash

Los funcionadores

Serie Thoug Young Teachers (BBC)

Lo mejor del joven profesorado español es su capacidad de convivir con dos leyes diametralmente opuestas sin inmutarse. Técnicos y profesionales de alto nivel que cuando suena el timbre actúan y les da lo mismo lo que diga la ley.

«Thoug young teachers», pueden aislar en segundos al que sufre una complicada alergia, entregar o no al niño a quien posea su custodia, cumplir un protocolo de salidas-comedor-ruta-refuerzo-tutoría o saltárselo porque sí para que todo funcione. Y mantener la calma y el orden cuando una velutina entra en clase.

Ese es el profesor actual: una persona que hace que todo funcione. Da lo mismo si hay un incendio, un simulacro, un asalto el centro, un libro que no dice nada, una wifi que va o no. Tú le metes a un profesor 25 niños en un aula y funcionan.

Los niños entran y salen con orden, piden su turno, conviven, van al baño, son escuchados, se entretienen y aprenden. El profesor combina como creativo barman un cóctel de ilusión y ganas, con un poquito de rutinas y unos dedos de improvisación. Lo demás es queja y paja: ley, inspección, burocracia, libros, materiales, programaciones curriculares.

Veo cada año profesores jóvenes capaces de enseñar, ser queridos y respetados, innovar, renovar y conservar maneras de que los niños aprendan más que nunca. Hacen que programar un robot parezca fácil. Hablan en inglés porque hablan inglés. Reciclan y son cívicos. Controlan el uso de los móviles, alejan los acosos, afrontan los problemas familiares y las conductas disruptivas.

Son una mezcla de médicos sin fronteras, miembros de operaciones especiales, traductores de idiomas on-line, madres, entrenadoras, abogados, community managers, jueces estrella y maestros de zen.

Da los mismo si entre los 25 alumnos hay síndromes variados, inmigrantes recién llegados, hiperactivos, altas sensibilidades, alérgicos a casi todo o a algo muy concreto, anoréxicos, adictos a algo, tímidos, nuevos, chulitos o lesionados con muletas que necesitan coger el ascensor del centro a todas horas.

Da lo mismo si al salir de clase los niños o no tan niños fuman, beben, ven YouTube a todas horas o nadie les hace caso o les hacen demasiado caso. Si su familia es rica o pobre o no tiene.

Ayer un pequeño me explicó que traía una goma de borrar que iba a flipar. Es un juguete famoso pero que sirve para borrar. Cree que lo fabrican metiendo esa cosa en una “funcionadora” y luego ya sale sirviendo para algo, por ejemplo, para goma de borrar. La “funcionadora” -según él- convierte todo lo que le metes en algo más, no sólo en un juguete o adorno, sino en algo que sirve para trabajar o “para servir”.

Pues esa es la virtud del actual profesorado español: hacer que, a pesar de los obsesivos titulares -que no noticias- alarmantes sobre la juventud y la educación, de nuevos vagones «silencio» de tren, de vuelos y restaurantes que no admiten niños, a pesar de eso, todos esos niños funcionen desde hace unos días. Estos son los teachers de hoy: los expertos contra el desánimo, los vigilantes de que la esperanza funcione.

Foto de Thoug Young Teachers

Datos para volver al cole

8.300.000 alumnos vuelven al cole este año (el mismo número que votos han tenido los dos partidos mayoritarios). Pero ya no estarán las urnas de julio en las aulas, sino pupitres. Dan para mucho los colegios. Y eso que todavía no se les ha ocurrido a los okupas usarlos en verano: ahí lo dejo… a ver qué harían las autoridades.

Sólo 600.000 estudiantes usarán el transporte escolar (como los que suelen ir a una exposición temporal a El Prado), no por evitar la contaminación, sino por los precios de las rutas. Sale más barato que vayan en Uber o en Blablacar o mandarles a Londres con Ryanair. El bus es un lujo lo pague quien lo pague. Por eso sólo circulan 17.500 autobuses escolares, o sea, que no llega a 1 por centro en España, donde existimos 28.600 centros educativos.

La mayoría de las personas que recibiremos a los niños somos mujeres: 539.000 profesoras (entre las que me incluyo por estar en medio de ellas ya que en infantil sólo somos varones el 2%, y en primaria el 14%). Soy uno de los 161.000 varones que en España nos dedicamos a dar clase. Brothers, os animo, por aquello de estar igualados, que esta profesión no es femenina, aunque ahora lo sea. Es de todos.

El coste medio de los libros de texto es de 449 euros por hijo, los más caros de Europa no sé por qué. La opción digital también ha subido: el coste medio de la mochila digital es de 158 euros que te largan en «pdf’s». ¿Por qué? Porque los libros «de texto» -los de menos «texto» de todos los libros- son un negocio y porque cambian las leyes y cambian el manual que te explica de otra manera que París es la capital de Francia.

La media de alumnos por profesor es de 11. O sea que bien, lo que pasa es que en el aula puede haber hasta 25, 30 ó 35, pero profesores hay. Habrá que organizarse mejor. Pero para eso hay miles y miles de inspectores, no tantos como en Hacienda, claro.

El éxito escolar está asegurado: 86% acaba la ESO, mejor que antes. Aunque en Europa la cosa va mejor y es de un 91%.  También es cierto que el gasto público en educación per capita en España es de 1.077 euros/curso, mientras que en Alemania es de 2020 euros. Si se invirtiera más en Educación, quizás no se gastaría tanto en Sanidad (casi el doble, pero lo primero es la gallina y luego el huevo, parece).

Alumnos en extraescolares: 90% Los colegios ocupan poco tiempo y los niños necesitan moverse, estar ocupados y aprender lo que no aprenden en los colegios de España: más deporte, idiomas y enseñanzas artísticas. De hecho el gasto medio anual en actividades educativas fuera del centro es de 270 euros por niño, la mitad en idiomas.

Y lo más curioso: el «libro obligatorio» más usado en torno a los 12 años en España y países de habla hispana no es de autor español, sino el francés «El principito» de Saint-Exupéry. En Italia es un autor italiano, en USA un americano, y así en todos… en UK, en Rusia, en Francia.

Ah, oye y que se me olvidaba: lo de la nueva selectividad y tal… que por fin por ahora no, acaba de decir el Ministerio con «Alegría». Bueno, pues eso, que luego si eso, ya.

Menos mal que la vuelta al cole sólo depende de un alumno ilusionado que no dormirá ese día por ver a sus amigos y a su nueva/o «seño», que tampoco dormirá ese día porque los profes de este país son de los más motivados que conozco y lo digo de verdad, y de unos padres que sí dormirán porque sueñan que sus hijos serán felices y comeremos perdices en un país mejor.

Foto de Matt Ragland en Unsplash