Mi zona de confort

     Una señora con un balón a la puerta de mi clase que me pregunta si es mío. Imagen insólita. No la identifico como madre de alumno. Vestida normal como cualquier mujer que va a trabajar. Y está mojada por la lluvia. Y el balón es de fútbol. “Pues, perdone… ¿”ese” balón?” Pensé en una representante de material deportivo, pero el balón estaba usado. En una persona que pasaba por la carretera y le han dado un balonazo, pero eran las 9 de la mañana… 

     “Mire, pasaba en coche, vi un balón y pensé que sería del colegio”. O sea que la señora paró el coche, se bajó lloviendo en plena carretera, recogió el "esférico", miro por dónde entrar al colegio, aparcó como pudo, encontró una entrada y localizó a un tipo con cara de profe a la puerta de un aula. “Del hospital de ahí al lado no creo que sea”, me dice. “Ya… pues muchas gracias”. Y me lié con los niños, otro asunto… y desapareció.

     Me quedé todo el día incómodo, como fuera de mi zona de confort. ¿Por qué no le hice la ola a esa mujer o le pedí el nombre para enviarle un ramo de flores? Hizo más por la educación que cualquier político o pacto nacional por la enseñanza, si lo hubiera. Un balón en una clase es una cuestión de prioridad máxima, ante cuya pérdida se activa un protocolo de nivel rojo. Yo no sé si hubiera tenido ese gesto. Y esta señora me ha enseñado a salir de mi zona de confort. De hecho me ha sacado de ella. Y a “mojarse” físicamente por ayudar al vecino y no "a la humanidad". Señora, si está ahí, gracias con muchas !!!!!!!!!!!!! 

Publicada el
Categorizado como Familia

Los consejos de Rosemary Wells

     LUIS DANIEL GONZÁLEZ.- Recordando su carrera como ilustradora, Rosemary Wells contaba cómo un día de 1979, escuchando a su hija Victoria, de cinco años, intentar enseñarle palabras y modales a Marguerite, la pequeña, se le ocurrió transformar eso en un álbum ilustrado. Convirtió a Victoria en Ruby y a Marguerite en Max, y preparó Max’s First Word, un relato de dieciséis páginas. Lo llevó a su editora, Phyllis Fogelman Baker, que, al verlo, le dijo: «esto es una completa innovación. Todos los libros para pequeños tienen una palabra por página y aburridas imágenes de objetos. Incluso un bebé de 18 meses se aburre con un libro aburrido. Pero este es divertido y es una historia real. Vete a casa, escribe tres más, y haremos algo que nadie ha hecho antes en la edición». La ilustradora preparó entonces Max’s Ride, Max’s New Suit, Max’s Toys, y así nacieron los libros para prelectores que hoy conocemos como board books, esos libros pequeños para dedos pequeños, en cartoné para ser resistentes, y con esquinas redondeadas para ser manejados sin peligro.

     En España se publicaron en su momento varios álbumes de esa serie de Max y Ruby, o Julia, o Rosa, según las ediciones, aunque de los muchos libros de Rosemary Wells el más conocido entre nosotros no pertenece a ella sino que es una graciosa historia de celos infantiles: ¡Julieta estate quieta!  Hecha esta introducción para mostrar que la autora puede hablar con autoridad sobre la cuestión, he aquí cómo piensa que deben ser los álbumes ilustrados para niños: dice que, como en los sonetos, en ellos la estructura es crucial y cualquier error de medida se nota; que, como son cortos, los personajes deben «llegarle» al lector en la página uno; que, aunque no tienen por qué ser divertidos, lo cierto es que los mejores lo son; que, como han de poder ser leídos centenares de veces, hay que quitarles cualquier nota de blandura o de histerismo que tengan; que no deben estar basados en personajes televisivos y que, atención, nunca deben ser escritos por un psicólogo…

Publicada el
Categorizado como Familia

A monte

     “Ahí os va”. Es cómo te suelen entregar los padres a sus niños en septiembre en el colegio. “Ahí os lo dejo” dicen claramente algunas mamás. También está el “todo vuestro” de papás sacudiéndose las manos. O el “viene como viene”, o sea, que no les ha dado tiempo a concienciarlo. «Hace tres meses que no se pone zapatos”. Y no faltan sorprendidas mamás porque el niño crece y crece y “me estoy quedando sin niño”.

     Los pequeñitos nuevos y sus padres llegan al cole en estado hipnótico.“No ha dormido”. Más animante, claro, para el profe que el “viene dormido” o “no sé cómo he logrado levantarle”. Pero no tan sincero como “la que no ha dormido he sido yo”. Y ya sin complejos: “se ha pasado el verano sin hacer nada (?) …o sea, de escribir y eso”. “Llega directamente de la aldea con los abuelos… sin horarios”, descargando en este caso la culpa en los benditos abuelos. «Allí hace lo que le da la gana».

     A monte. Así tienen que venir los niños reales al colegio. Y menos mal que están a monte. Es decir, sanos, fuertes. Tostados de más. Agrestes. Con arena en las orejas. Vivos y coleando. Aburridos de helados. Mirando con los ojos. Deseando nuevos escenarios. Digo menos mal porque lo bueno es la vida, no la escuela. Y si el colegio no es vida, es papeleo. Y así es la vuelta al cole sin filtros de instagram. Y así será luego la vuelta a casa: felices y contentos. Eso sí, poco a poco con alguna habilidad más para esa vida de ahí fuera, que cada día tiene más algoritmos.

Recuerdos gozosos

     LUIS DANIEL GONZÁLEZ.- En sus memorias, Astrid Lindgren, una de las más importantes escritoras de literatura infantil del siglo XX, recuerda que, cuando era niña, leyó multitud de relatos. De su experiencia concluye que el campo de lectura del niño ha de ser muy amplio pues, afirma, «no creo que los niños deban ser considerados críticos literarios». Y dice a los padres de que han de inculcar pronto el camino del libro a los hijos: «Ahora mismo, cuando vuestro hijo tiene seis, u ocho, o diez, o doce años. Luego sería demasiado tarde. Demasiado tarde para Blancanieves y para el Doctor Dolittle, demasiado tarde para unas Aventuras de Tom Sawyer y un Robinson Crusoe; demasiado tarde para tanta ilusión y tantas emociones. Sencillamente, demasiado tarde para encontrar el camino de la más extraordinaria de todas las aventuras».

     Recuerda también el pueblo de su infancia y a sus padres con gozo: «Era bonito ser niño allí, y bonito, sobre todo, ser hijo de Samuel August y Hanna. ¿Por qué era tan bonito? He pensado con frecuencia en ello, y creo que ya tengo la respuesta. Tuvimos dos cosas que hicieron de nuestra niñez lo que afortunadamente fue: sensación de seguridad, y libertad. Nos sentíamos seguros junto a unos padres que tanto se querían y que siempre tenían tiempo para nosotros, cuando les necesitábamos, pero que por lo demás nos dejaban jugar y retozar libremente por el maravilloso lugar que Näs representaba para unos chiquillos. Desde luego éramos educados con disciplina y en el temor de Dios, como requerían las costumbres, pero en nuestros juegos disfrutábamos de una libertad estupenda, y nadie nos vigilaba. Y nosotros no cesábamos de jugar y jugar, rayando casi en el milagro que no nos matásemos».

Publicada el
Categorizado como Familia

Verne

     Verne es el caniche toy de mi tía. El perro más simpático y empático del barrio. Educado con cariño y tolerancia… o sea, hace lo que le da la gana. Si le hubiese criado yo, otro perro cantaría.

 

     Pues me lo he tenido que quedar unos días y vi la oportunidad de enseñarle lo que es bueno. Lo que pasa es que ya el primer día, contraviniendo todos mis principios educativos, le di comida de la mesa. ¡Estaba pesado! Jamón, queso, pan con mantequilla, etc. Tonto no es. Su comida ni la tocó. Y luego, para colmo acabó hecho un ovillo en mi cama en vez dormir en el pasillo. O sea, un desastre, según todo lo educativamente correcto. Pero él feliz y acompañado.

 

     Pensaba que a nuestros niños también les consentimos mucho, sobre todo cuando se ponen pesados o cuando estamos agotados. Pero no por eso van a estar condenados a ser los malos del barrio ni los peores del colegio.Si nos obedecieran cómo máquinas tendríamos demasiada responsabilidad. Menos mal que, como Verne, son libres y harán lo que les dé la gana.

Publicada el
Categorizado como Familia