A fuego lento

     Vivimos en un hoy en el que para cualquier cosa ya es tarde, hasta el punto en el que si nos descuidamos, mañana también será tarde. La tecnología nos ha facilitado el optimizar muchas tareas pero su doble filo nos ha hiperconectado de tal manera que hay que estar siempre en el ruedo; paradójicamente para todo lo que se esconde tras la pantalla: nuestro correo, nuestro whatsapp, nuestras redes sociales, nuestra oficina… Y de ahí que corramos como locos para querer estar en todas partes intentando ser más rápidos cuando lo que somos es más torpes debido a la prisa.

 

     Y entre esa prisa que nos hace saltar de una hora a otra como pollos sin cabeza se asoman ellos: ¡nuestros hijos! Que no entienden de prisas, ni de horarios ni de calendarios. Que nos frenan los pies para contarnos la batalla del día. Que cuelan sus dibujos en nuestras agendas y sus llamadas entre reuniones. Que sus sonrisas son tan poderosas como para parar el mundo. Y lo paran, y ya no importa el segundero…a la vez que nos enseñan que todo lo importante en esta vida se cuece a fuego lento. Sin entender ni de prisas, ni de horarios ni de calendarios.

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