Estoy malito

Al verme con actitud de que íbamos a trabajar un poquito, el niño que entraba corriendo del recreo puso mirada triste arrastrando las palabras: “Profe, me duele mucho la cabeza”.

Le indiqué que se sentara muy tranquilito en su sitio con la cabeza apoyada y descansara.

Al cabo de un rato, como la clase resultaba entretenida y su compañero muy simpático, reía y jugaba feliz.

Le llamé la atención en bajito: “Oye, acuérdate que estás malito”. Y me dijo. “¡Ah, es verdad!” Y se puso enfermo “bien” otra vez.

Cierto que los males con buena compañía se llevan como bienes. Porque el niño realmente estaba mal y al día siguiente no vino a clase. Y porque al final lo que le curó fue estar un día en casa con la abuela.

Compañía, atención y entretenimiento son tres medicinas para la infancia. A medida que crecen cambia el orden: más atención que compañía…

Y ya cuando la persona ha madurado, o sea, sobre los 80 años, cuidados paliativos. Como dice el médico de familia: “volvemos” a la compañía.

Foto de Caleb Woods en Unsplash

Siempre nos quedará París

Federico Equis de Dinamarca nos ha sorprendido con su autobiografía «Palabra de rey» a los tres días de coronarse monarca. También Harry, el príncipe, había escrito sus memorias con treinta y pico años, cuando todavía no era rey ni él ni su padre. Y Yolanda Díaz ‘dejó’ que se publicara en 2022 “La dama roja” …’la mujer que podría cambiar la historia de España´. Lo mejor es que Amazon lo ha catalogado como “no ficción”, por ahora.

Sorprende la rapidez por apurar la historia de quienes todavía no son personajes. Sí sabíamos por Hamlet, príncipe de Dinamarca, que en ese frío país hay sangre azul y caliente al tiempo. Y que la monarquía británica lleva decenios tratando elaborar su propio relato perdido entre la realidad, la intriga y la ficción.

Pues en España somos más avanzados. Aprovechando la gripe A me he leído “Tierra firme”, el libro que publicó en un ratito  Pedro Sánchez, dos semanas después de la investidura. Ya me había estudiado su “Manual de resistencia”. En media hora me leí el de Yolanda (en menos me había tragado el de Albert Rivera). Me gustan estas “biografías” de vidas sin vivir o “memorias” de lo que todavía no ha ocurrido o le que sea. Lo hago porque intento comprender cómo se construye la “no ficción” del futuro y descubrir las intenciones o el pensamiento, si lo hay. El de Feijóo lo ojeé en una librería y lo hojeé. Visto.

Se los han redactado excelentes escritores como Moehringer, que antes de Harry arrasó con Open de Agassi. Por eso, a lo mejor serán ellos, los autores, los que quizá pasen a la historia. Porque los personajes de verdad no necesitan biografía. Sus hechos permanecen. Sus vidas son «el libro» escrito o no.

Le pedí a ChatGPT que me escribiera la «biografía de» algún personaje arriba citado y me ha ofrecido cuatro líneas. De mi mismo dice: «Lo siento pero no tengo información de esa persona». Siempre nos quedará París, algo de verdad y la Inteligencia Artificial.

POR QUÉ BRINDAR

Una simpática señora recibe por error un paquete especial: una lata de conservas con un niño de 7 años dentro. Está programado para ser un chico perfecto. Lo cuida y se encariñan hasta que la fábrica avisa de que hubo un error y hay que devolverlo. Pero ambos lucharán para evitarlo.

La ganadora de un premio Andersen de cuentos nos advierte de que los niños ni son si serán perfectos, como el mundo en el que nacen, pero que merece la pena vivir. Serán ellos y no otros quienes hagan el mundo mejor. A nosotros nos toca educarlos y protegerlos, que casi es viceversa. Pero no es lo mismo.

Human Rights Watch ha destacado el 2023 como año de avance en protección de la infancia. La prohibición iraquí del reclutamiento de niños para luchar contra el ISIS, práctica habitual en las 50 guerras o conflictos que asolan la actualidad, es un ejemplo. O la aprobación de la ley europea que exige a las empresas el control del trabajo infantil en las cadenas de suministro, no solo de producción.

A nosotros, familias y profesores que nos miramos al espejo, nos toca educar. Cada vez cometeremos mejores errores, o sea, peores. La excelencia admite errores. Y para eso ahora recomiendo iniciar a los hijos en la oratoria del brindis, para que sepan expresar deseos persuasiva e inspiradoramente.

A nosotros aquí nos toca permitirles en Nochevieja la travesura de saborear las burbujas de un culín de champán con la complicidad de la otra parte. Invitarles a brindar por algo, a mirar al horizonte y levantar la vista del móvil. Abrir lo que pueda ya albergar su corazoncito.

Y que no aprendan a “brindar para”, sino a “brindar por”.

Feliz 2024 y levanto mi copa por… que cada uno termine la “oración”.

Foto de Al Elmes en Unsplash

Fronteras de felicidad

Hubo y podrá haber navidades tristes en España. Pero esta no es una de ellas. Señalar lo obvio es necesario en momentos en que el tuerto es rey. En nuestro país no hay guerra, terrorismo, ni pandemias o catástrofes. Y la tensión electoral ha desaparecido, aunque los problemas políticos persistan.

Ni siquiera liderar el paro en Europa parece preocupante al menos de un modo fijo discontinuo. Ni alarma ser los últimos de la UE en PISA: otras naciones salen peor paradas. Ahí si que no hacemos de la necesidad virtud.

El que no se consuela es porque no quiere, pero más bien el que no piensa. Si se puntualiza o se enfoca lo obvio, acertamos en afirmar que somos un país feliz. Negarlo es subjetivo. Somos felices a pesar de que políticos y prensa vivan en su mundo «netflix» desconectados de los hispanos de a pie.

En el Índice Mundial de Felicidad de Naciones Unidas nos calificamos con un 6’4 “y subiendo” cuando ningún país llega al 8. Algunos se suspenden: los que saltan la valla de Melilla por ejemplo. No la atravesamos los españoles para escaparnos al otro lado, no. Ni construimos cayucos en Puerto Banús.

Querámoslo o no, somos una de las fronteras de la felicidad, un país querido en el se refugian venezolanos, colombianos, africanos y, sorprendentemente, inmigrantes italianos.

No disfrutamos de un alto grado de bienestar, pero somos la frontera de la felicidad para muchos.  Cuando arribemos a la “tierra firme” hacia la que nos guía nuestro presidente con su “manual de resistencia” seremos más felices todavía.

En esta navidad por ahora y desde mi país brindo “por la paz mundial” como Bill Murray en Atrapado en el tiempo. O mejor aun, con aquel primer brindis angelical dirigido a unos judíos: “por la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Buena voluntad. Las irreflexivas muecas de paz asfixian la mala voluntad. Sin ser los mejores de la oficina y mucho menos de nuestro hogar, podemos ser sin saberlo la frontera de felicidad para alguno que desea un rato de paz con un amigo, colega, padre o vecino. 

Disfrutemos de la navidad con la paz que no gozan otros. Aunque sea pequeña, se siembra mejor que el pánico y es más difusiva que la guerra. La paz se cuela en cada sonrisa.